Vivir en zonas más verdes está asociado a una mayor salud física y mental y a un menor consumo de medicamentos.
Con el cambio climático convertido ya más en una realidad que en una amenaza, y la previsión de que en muchas ciudades el aumento de temperatura pueda ser de hasta 10 °C durante las olas de calor, que además se harán más extensas de aquí a 2050, toca reflexionar sobre el modelo de ciudad que queremos y la necesidad de integrar la naturaleza en las grandes urbes para ofrecer espacios más verdes y menos grises.
En las ciudades, las personas se desconectan de la naturaleza. Todo es artificial: los pavimentos, las paredes, la manera de desplazarse, incluso, la forma de comunicarse. Grises, duras, expuestas a las inclemencias del tiempo, las calles de la mayoría de las ciudades suelen ser superficies de asfalto sin sombra alguna, un espacio poco habitable privado de espacios verdes.
En los entornos urbanos existe la necesidad de una mayor conexión con la naturaleza para conseguir beneficios para toda la ciudadanía que abarcan desde el aumento de la salud física hasta la disminución de los problemas sociales y de comportamiento, pasando por el aumento de la salud mental y del rendimiento en general.
En resumen, un aumento del bienestar de los ciudadanos.
Los ciudadanos se están dando cuenta de ello y las autoridades públicas tienen que revisar sus prioridades y trabajar para crear entornos más amables, más sociables, más naturales, en definitiva, crear ciudades más enfocadas a las personas.